Dios que dolor de cabeza. ¿Qué hora será? Las 11:30. Puto
despertador. No sé quién los ha inventado pero por favor es el demonio
personificado. Me va a estallar la
cabeza y eso que ayer no bebí… pero el sábado en el cumpleaños de Álvaro menuda
pillé. Y eso que estoy acostumbrado los fines de semana pero madre mía. Recuerdo
que había estado hablando con una tía que no estaba nada mal. Nada mal para un
polvo y desearle buenas noches. ¿Cómo se llamaba? ¿Ángela? ¿Andrea? ¿Alicia?
Estaba seguro que por A empezaba pero no recordaba ni su nombre. ¡Ana! Eso era.
Había estado hablando con ella un buen rato, un par de besos y un par de
palabras bonitas y la había convencido para ir al coche y no para jugar al parchís.
Ya sé que me dedico a tirarme una tía
cada semana prácticamente pero el amor está sobrevalorado.
Casi estoy seguro que no existe. Pero en fin, si alguna vez
encuentro una tía que merezca la pena ya me tragaré mis palabras.
Lo peor de todo es que la borrachera del sábado había sido
tal que lo tuvieron que sacar de la discoteca entre Nerea y Álvaro. Y menos mal
que su mejor amigo le había contado a grandes rasgos lo que había pasado porque
a penas recordaba nada. Lo peor era haber acabado con la fiesta de Álvaro. O
que su hermana de 16 años tuviese que cargar con él. A mis diecinueve años
estoy acabado, menos mal que esta semana no tenía que currar si no… ir con este
dolor de cabeza a trabajar sería una muerte y destrucción asegurada.
Va venga, es hora de levantarse. Vaya desastre de
habitación, tendría que poner luego su habitación un poco en orden y tampoco
estaría de más poner un poco su vida que consistía en beber los fines de
semana, trabajar por la semana y de vez en cuando ir a casa de Álvaro a viciar
a la play. En serio, está habitación parecía una leonera como diría su madre.
Para llegar al baño tenías que sortear montones de ropa y demás trastos. Por
suerte, su madre no estaba en casa esta semana, se había ido a ver a su
hermana. Y en lo que a Álvaro respecta, él no tenía padre.
Aitor tenía su primer
partido de fútbol más o menos importante. Tenía 7 años y estaba emocionado
porque su padre le había prometido que estaría allí aunque llegase un poco
tarde.
-
Papá deséame
suerte.
-
La suerte
es para los mediocres y estoy seguro de que tú no eres.
Durante el partido Aitor estuvo pendiente de la grada para ver a su
padre, y si tenía la oportunidad de marcar dedicárselo a su padre pero por más
que miró y miró su padre no apareció. Aquella fue la primera de las incontables
promesas que su padre había roto.
Su madre, por el contrario, era la persona que más quería en el mundo. Se llamaba Ana y él lo daría todo por ella sin pensarlo dos veces. A pesar de que él no solía decir te quiero, se lo demostraba. Solo recordaba haber dicho un par de veces esas dos palabras, una había sido a su padre, después de ver como le había fallado una y otra vez, había decidido guardarselos para él y decirlos en muy pocas ocasiones, podía contar las veces que lo había dicho con los dedos de una mano y aún le sobraban dedos.
Aitor le debía todo. Si era buena persona, era gracias a ella. Aunque su vida los fines de semana era la propia de una vida mamaracha, por la semana ayudaba a su madre en todo lo que podía y trabajaba.
Su madre, por el contrario, era la persona que más quería en el mundo. Se llamaba Ana y él lo daría todo por ella sin pensarlo dos veces. A pesar de que él no solía decir te quiero, se lo demostraba. Solo recordaba haber dicho un par de veces esas dos palabras, una había sido a su padre, después de ver como le había fallado una y otra vez, había decidido guardarselos para él y decirlos en muy pocas ocasiones, podía contar las veces que lo había dicho con los dedos de una mano y aún le sobraban dedos.
Aitor le debía todo. Si era buena persona, era gracias a ella. Aunque su vida los fines de semana era la propia de una vida mamaracha, por la semana ayudaba a su madre en todo lo que podía y trabajaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario